domingo, 14 de febrero de 2010

Luís Ángel Rojo Duque

Anoche se celebró en un restaurante de Madrid una cena homenaje al Profesor Luís Ángel Rojo, organizada por sus ex alumnos de la Universidad Complutense de la promoción que empezó sus estudios en 1969 y los terminó en 1974. Había allí una treintena de ellos y algunos consortes. Estaban presentes un subgobernador y un director del servicios de estudios del Banco de España, un vicepresidente ejecutivo del ICEX, un ex director de Telefónica, cinco catedráticos de Universidad amén de otros profesores, técnicos comerciales del Estado, empresarios y profesionales de la más variada índole. Es un homenaje que la mayoría deseaba tributarle desde hace tiempo.

En los discursos se puso de manifiesto el porqué. Luís Ángel Rojo lideró un experimento peculiar en el tardo-franquismo, a saber, conseguir que un grupo de alumnos aprendiera economía a pesar de empezar sus estudios con la policía permanentemente dentro de la Universidad, en el campus de concentración de Somosaguas. El método: una selectividad bastante dura en primero de carrera, que dejó a los cerca de quinientos del comienzo reducidos a dos quintas partes de esa cifra en segundo, entre Económicas y Empresariales, y un contacto mucho más estrecho de lo acostumbrado hasta la fecha entre profesor y alumno, para lo cual el Profesor Rojo y los demás promotores del nuevo plan de estudios tuvieron que rodearse de equipos de profesores jóvenes, absolutamente entregados a su trabajo. Rojo, en particular, nos hizo leer en segundo la Teoría General de Keynes, en tutorías donde se discutía el libro capítulo a capítulo, epígrafe a epígrafe. En su propia alocución el Profesor comentó que acababa de leer el último libro publicado en Inglaterra sobre Keynes, y su sensación, al terminarlo, de que el autor no sólo sabía menos de Keynes que él mismo, sino también menos que la mayoría de los presentes. No lo he leído, pero estoy seguro de que no exageraba un ápice.

Todos los miembros de la promoción han valorado siempre esto como un privilegio, que hay que reivindicar en una época en que cualquier ignorante se permite denostar a Keynes sin haberlo leído, tal vez creyendo (en su estulticia) que Friedman o Von Mises han salido estupendamente parados con la presente crisis. Pero, con todo, no es lo más importante que yo, personalmente, aprendí de Rojo. Lo más importante se me reveló en una ocasión que estuve deseoso de relatar anoche, y que no relaté porque no era uno de los cuatro oradores que habían pedido con antelación el uso de la palabra. Voy a hacerlo ahora.

Fue un lunes, 10 de mayo de 1971, muy cerca del final de curso. Rojo llevaba, desde octubre, desgranando, ecuación a ecuación, el modelo de determinación de renta, empleo y precios que luego publicaría en forma de libro. Semana tras semana, entre sus interminables paseos por la tarima, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha (como alguien recordaba en la cena), había ido construyendo ecuación tras ecuación, hasta llenar la pizarra, y explicando cómo las ecuaciones se reunían para completar sistemas donde el número de ecuaciones coincidía sorprendentemente con el de incógnitas; y cómo, tras cada sistema, venía otro, y luego otro, hasta perfilar la magna construcción intelectual del modelo IS-LM. La semana anterior acababa de abrir el modelo, para dar cabida a la influencia del resto del mundo en la economía nacional. Yo empezaba a preguntarme para qué diablos valía todo aquello, y – lo confieso – a aburrirme un poco. Por lo visto hasta ese momento, la carrera no se diferenciaba mucho del bachillerato. Las asignaturas eran de muy variado contenido, de materias que me gustaban más que la física y la química, pero parecía haber un descorazonador continuo de conocimientos que se iban acumulando en nuestra memoria desde la infancia, esperando ser de utilidad en algún futuro indeterminado. Ese día, sin embargo, Rojo le dio un vuelco radical a mi percepción del conocimiento.

Cuando todos esperábamos que empezara a escribir las ecuaciones del modelo explicadas hasta ese momento, como tenía por costumbre al inicio de la clase, se nos encaró (cosa inusual, porque era muy tímido) y dijo: “Hoy es un día histórico”. No recordaba yo haber oído nada en la radio, que entonces escuchaba todas las mañanas. Nos explicó que el día anterior, domingo, el Bundesbank – banco central de la Alemania Federal – había sacado al marco del sistema de tipos de cambio fijos regulado por el Fondo Monetario Internacional, y que el florín holandés había salido también del sistema para “pegarse” a la flotación del marco. “¿Por qué ha hecho esto el Bundesbank?”, interrogó al vacío. Y sin esperar nuestra respuesta empezó a escribir ecuaciones, mientras las comentaba. Pero no en el orden habitual, de la primera a la última, sino que empezó por una de en medio, explicando de qué forma el excedente exportador de Alemania afectaba a la oferta monetaria doméstica. Y luego saltó a dos ecuaciones que solía escribir 45 grados arriba, a la izquierda, para explicar cómo eso afectaba a las decisiones de gasto de familias y empresas. Y luego mostró cómo esos cambios afectaban a todo el sistema de variables reales, sin posibilidad de modificarlas en la situación de pleno empleo en que se encontraba la economía alemana. Mis ojos seguían atónitos las evoluciones de Rojo por el encerado, rellenando las ecuaciones que faltaban. No estoy seguro de haber podido seguir entonces, con absoluto rigor, todas las interrelaciones, pero sí alcancé a percibir el modelo de la IS-LM cargado de una poderosa fuerza dinámica, capaz de hacer evidente por qué los directores del Bundesbank, economistas entre los mejores del mundo, habían hecho lo que acababan de hacer.

Fue una de las dos ó tres mejores clases que he recibido en mi vida. En ella aprendí algo que también saben muy bien mis compañeros de la promoción 1969-74. Que no hay análisis de la realidad económica que valga un pimiento sin una buena teoría que lo sustente.

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